Fueron tiempos de vanidades y absolutismos críticos, tiempos en los cuales era mejor morir para seguir viviendo de manera digna. La gente se había dejado de mirar a los ojos al hablar, pues la ceguera pasó a ser la nueva tendencia prohibida. Todos eran participes de una soledad colectiva o comunitaria; no comunista. La política como buen eje dependiente, se había encargado de sepultar toda evidencia. Salían trenes sin destino a todas horas y los medios estaban incomunicados de toda noticia. Lo único bueno quizás, radicaba en el hecho de que la esperanza permanecía intacta.
Las revoluciones llegan tarde o temprano. La revolución, la verdadera revolución dejó su legado, y las avestruces en demasía, fue aquella generación que se encargó de estabilizar y desarrollar lo poco y nada que iba quedando. Por fin la lucha de clase cesó por un momento y mientras ello ocurría se organizó un suicidio múltiple de toda la humanidad: por cosas del destino me salvé y me dediqué a esperar el apocalipsis (Fragmento de "Países Chilenos", Sebastian Millar).


Que me convides un pedacito de cielo, que me convides un pedacito de cielo.
Dios es un señor feudal.

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