Friday, January 28, 2011
FIN
Hace ya un par de años, mi blog era simplemente Voknahelio y por esas cosas de la vida e internet la disponibilidad de aquel nombre quedó inutilizada. Por eso tuve que crear nuevos blogs, los que en principio responderían a ideas totalmente distintas, hablando de cosas distintas y tan pronto como empezó a pasar el tiempo ahí quedaron, actualizándose más que esporádicamente y sobreviviendo de alguna manera. Nunca se cumplió esa idea, y nunca conté demasiado y -oilehankov- ni al revés.
Resulta que recuperé esa antigua dirección de blogspot pero con la diferencia que ahora parte desde cero. No es que todo lo anterior quede en el olvido, subsistirá. Seguirá ahí como archivos antiguos, para quien quiera leerlos y tenga más que tiempo libre y ociosidad pueda hacerlo. Doy de baja tanto el voknahelio-cuenta como el voknahelio-oilehankov, con el mayor de los agradecimientos tanto para quienes participaron en ellos de cualquier manera como lo que ellos atestiguan del paso de estos años, los cuales no han sido en vano. Finalmente se trata de unificar todo lo que pueda decir, dejando sólo el espacio exclusivo que merece la poesía en el enamoradocontinuo y todo lo demás, sea lo que sea, quede en el de siempre, en el que nunca debió haberse ido.
 
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Thursday, January 06, 2011
without
Quiero experimentar esa sensación de vivir varios años fuera de Chile, volver un día sin avisar, y encontrarme nuevamente caminando los mismos lugares y viendo a las personas más importantes de mi vida.
 
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Saturday, October 09, 2010
Lo que ronda 2 ( parte final)
Una tarde a principios de aquel enero que nos acompañamos a recorrer la línea 4 del metro. Ese café que pagué producto de una apuesta y toda la historia que iba a desencadenar. A ello sumemos las tres oportunidades que nunca volverán, un cigarro fumado en la ventana y ese beso que me robó llegando a Paicavi. Si quiero ser más preciso en lo último, entonces pido un flashback para volver a revolcarme con ella en la arena de Tomé. Un día en que intentábamos descubrir la misma canción tararéandola. Un mensaje de texto que proponía irnos al carajo un rato, y que el mejor de los carajos se vuelva parte de tu antología contemplativa. Bajarla en una abrazo del vagón en los héroes por un arranque de frescura que me dio. Ir a ver casablanca a Cinearte Alameda y después tomar once en la confitería torres. Discutir acerca de quién fue el mejor poeta chileno del siglo XX. No hablarle e ignorarla como por media hora esperando su necesaria disculpa. Decirle algo a propósito para que estallara su carcajada en medio de una obra y la gente la mirara feo. Ese mal día de agosto que cambió drásticamente a bueno cuando la tuve frente a mi. Esa disyuntiva entre dos películas repetidas que concluyó en una fuera de discusión. Esa mañana que desperté con su pelo en mi cara y darme cuento lo linda que seguía siendo incluso con lagañas. Ese día en que nos despedimos, o más bien, se despidió de mi, ahora pasado el tiempo y superado, termina teniendo otro sabor. Sus ojos que brillaban cuando hablaba de sus sueños y el día en que ellos se volverían reales. Cuando la volví a ver después de varios años, volvimos a caminar las mismas calles y fue mi iniciativa la que la besó esta vez.

A veces me habría gustado haber vivido todo sólo con una mujer, con esa mujer, que llega y se va de tiempo de tiempo junto a mi poesía. Cómo podría explicarle entonces, que cada palabra en realidad no dependía de los presentes, que cada palabra por si sola valía más que todo lo que podía decir en una tarde. Cómo podría entonces explicarle que toda mi pasión nunca ha sido muy razonable cuando se trata de una mujer, que todos estos años esperándola la mayor parte de las experiencias han sido erráticas y contraproducentes. Cómo podría decirle sino de esta forma, que pienso ese día en que comprobará todo y dará una señal evidente para ir a su encuentro y quedarme para siempre anclado en esos labios. Que pienso mejor cuando camino para no desdecirla desde antes. Esa miel que tiene el hecho de saber que existe y toda la esperanza que el mar ha depositado en ella son los elementos que determinan el creerle un poco más a esta vida. Es la convicción de que a los setenta años caminaremos por un parque en quién sabe qué ciudad y seguiré amándola de la misma manera que cuando se lo dije la primera vez.
 
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Friday, September 03, 2010
lo que ronda 2
No hace tanto que comprendí que a veces no hay mucho que cuestionarse, sobretodo cuando resulta indiferente atribuirle culpa a algo o alguien; que el dolor provocado por esas cosas que antes trascendían de diferentes maneras, hoy y es seguro que mañana , se ha degradado producto de una revalorización de los momentos.
Fueron esos momentos tan simples junto a varias mujeres, complicadas y tan distantes entre si, los que al final han colmado hasta al cansancio a las horas muertas. Mi forma de enunciarlo es sólo reducir todos esos momentos para hablar de una sola, sin distinción, sin arquetipos, sin dudas ni rencor que valga un morlaco.
Así fue ese día en que le tomé la mano en el San Cristóbal, la noche que corrí con ella por Américo Vespucio cuando nos cerraban Escuela Militar y alcanzamos el último tren. Un atardecer en Valparaíso que no quería que se acabara, una tarde en la costanera de Providencia y su risa contagiosa. Domingo por la mañana con resaca comprando La Tercera de su brazo y su adiós prematuro. Un viaje de vuelta de Las Cruces en que me hizo cantarle al oído, abrazándola por todos esos días en que ya no lo haría. Esa tarde en que me leyó sus poemas frente al palacio Cousiño en una banca y su iniciativa la que me besó por primera vez en ese puente de comercial. Un caminar por la calzada sur de la Alameda a fines del verano aquél y sólo quedarme con su mirada antes que cambiara el semáforo a verde. Fue se beso que nunca le dí frente a la moneda y del cual estaré arrepentido para siempre. O ese abrazo sincero en el momento mejor calculado que me dio la última vez que la vi. Fue esa vez en que sólo le dije que la esperaría en Cal y Canto a las cinco y cuando casi me resignaba, se atrevió a llegar. También un día que la fui a dejar al terminar porque iba cargada de bolsos y nos besamos sin que hasta el día de hoy se hablara del tema. Una mañana en el cine vacío y su compañía afable, más nuestra complicidad exquisita. Esa madrugada que me despertó sólo para decirme que se había acordado de mi y que estaba ebria. Los dos días seguidos que nos fuimos por Santiago a hacer la cimarra y se consiguió un certificado para dar la prueba de historia después. Fue ese momento exacto en que dijo que se habría enamorado de mi, lo que siempre quise escuchar y el hecho de que ya fuera tarde que lo dijera. Un ataque de risa en un vagón de metro por algo que ni siquiera me molestaría en explicar detalladamente aquí. Fue ese día en que amanecí con su pena en mi hombro escuchándola varias horas seguidas y decirle que todo iba a estar bien. Ese trayecto de Concepción-Santiago en que releí sus cartas sólo para comprobar lo importante que ha sido, no obstante, todo. La noche que nos quedamos mirando las estrellas acostados en el capot de un auto tapándonos con una frazada. Fue ese lapso de tiempo inexplicable en que le contaba lo me quería contar, y el hecho de comprobar que hay alguien que también puede comprender perfectamente lo que espero.
Fue ese día que leí lo que me dejó escrito varios años después y enterarme que vio a ese capataz que cantaba y era asesinado por su patrón. Fue ese momento en que mi mentón se apoyaba en su hombro al saludarla y ambos reconociamos tácitamente cierta atracción. Fue ese día que salí de la sala haciéndome el enfermo sólo para llamarla y decirle que la quería. Una vez en una plaza que escribí un poema mientras escuchaba música mirando las nubes y no alcanzó a advertir que cada palabra hablaba sobre ella. Su cara cuando le obsequié rayuela y su expresión al leer mi breve dedicatoria. Cruzarnos todos los días de ese tiempo cuando mi tío me dejaba en La Concepción y caminar de mañana por Providencia hasta encontrarla, mirarla y un día hablarle sin siquiera saber su nombre para regalarle una flor. Esa noche en que nos emborrachamos junto a sus amigos cuicos que me hicieron recitar poesía. La tarde en ese lago en que lanzábamos piedras lo más lejos posible y cantábamos esa canción de La Ley. La promesa que hicimos caminando sobre ese viaje que haremos en un par de años. Esa tarde que le dije que cuando los años pasaran iba a escaparme con ella e inventar una gran mentira para la ocasión. Cuando me dijo que necesitaba verme y estábamos a dos cuadras de distancia y la tuve llorando cosas sin mucho sentido. El día que le dije a mi mamá que me quedaba donde un amigo y en realidad me quedé con ella en su casa viendo películas repetidas e hicimos panqueques. Ese cumpleaños en que me llamó sin que lo esperará y estallé de felicidad al darme cuenta que era ella. Esa tarde que corrimos de la mano a tomar la micro y se le cortó el audífono. O cuando se cayó en la escalera del mall y en vez de ayudarla a pararse me reí como diez minutos. (continua)
 
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Tuesday, June 29, 2010
Maquinación de infancia
El otro día le contaba a Gatica que cuando tenía ocho años hubo un día en el que maniaté todo un plan para poder darme el gusto de tomarme un helado gigante solo y caminando. El recuerdo lo extraí de mi paso por esa ciudad nortina en la que viví varios años, y de la cual, tengo el núcleo fundamental de lo que fue mi infancia. A fines de febrero, un par de días antes del terremoto tuve que viajar para encargarme de las cosas de mi papá que se encontraba hospitalizado. Eso me llevó a tener que recalar una vez más en Ovalle, de la misma forma en que unos meses luego del nacimiento de la Kamila, no se me borraría nunca más el recuerdo de ese viaje en la camioneta roja y la explicación que me daban mis papás de todo lo que estaba pasando.
El asunto es que de pronto ya abajo del bus, comencé a caminar y sin hacer demasiado esfuerzo tenía una aceptable ubicación espacial. Tampoco resulta algo tan meritorio, desde el punto de vista de la amplitud de la ciudad, pero no dejar de ser interesante el hecho de que recuerde con tanto detalle sus calles, avenidas, árboles y una que otra característica. Nunca me gustó demasiado vivir ahí, es más, siempre decía que teniamos que volver a Santiago. Es increíble que ahora lo que menos quiera es volver a vivir a Santiago. Caminé el centro completamente, en una oficina del sernatur entré a pedir un mapa para conservarlo y no tenían ninguno de Ovalle, sólo me dieron uno de la cuarta región. De todos modos, la señorita que atendía era bastante agradable a la vista, por lo que sentí que no perdí el tiempo en ir. Es más, traté de conversarle un poco sólo para darme ese gusto. Al final su pronunciación terminó por matarme las pasiones.
Me senté a leer Auster en la Plaza de Armas, esperando a un caballero que hace negocios con mi papá que me llevaría a Montepatria. Cuando me llamó dijo que se iba a demorar unas dos horas más, asi que tuve que hacer tiempo. Caminé a la alameda y entré a almorzar a un local de Pollos Asados al que solían pasar mis papás a comprar cosas ricas. Estaba mal cuidado, casi en decadencia. En ese tiempo era lo top, o algo por el estilo. Lástima.
Luego, me senté a escribir en una banca buscando la sombra e hice un par de llamadas. De pronto vi pasar a un niño tomando un helado, y ahí fue donde me acordé de todo.

Fue durante Julio, había estado de cumpleaños hace más o menos una semana y eso significaba haber recibido varios regalos, que me celebraron el cumpleaños con mis amigos y que andaba adinerado por la vida. En esos tiempos en que tener cinco lucas era ser millonario, recuerdo haber destinado ese dinero a cosas productivas. Como comprarme sobres del álbum del mundial, dulces, un cuaderno de croquis en el que dibujaba las banderas de los países y el resto haberlo ahorrado. Fue un día, en el tercero B, en que conversaba con la Cadima que me iría caminando solo a mi casa un día. Ella había vivido a unas calles de distancia hasta hace poco y comprendía la distancia desde el Santa María hasta allá, y para un niño era bastante. No sé qué era lo que me motivaba a tener que caminar ese trayecto, pero alguna justificación creo entender que tenía tener que cumplir ese deseo. Ella no me creyó que lo haría, y no recuerdo si después le dije que finalmente caminé hasta mi casa. Ahora, el problema fue cómo hacía eso sin que nadie pudiera darse cuenta, mi mamá no me daría permiso nunca para hacer eso a los ocho años por más ciudad nortina tranquila se tratara. Eso, antes teniendo que despistar de alguna forma a la tía del furgón para no tener que irme.
Lo que hice fue decirle a mi mamá que iba a quedarme en el colegio haciendo un trabajo en grupo la biblioteca y que después el papá de no se quien nos iría a dejar a la casa. Mi mamá, que por lo general siempre exigía hasta el mínimo detalle de las persona, por algún motivo omitió sus interrogatorios a los que me tiene acostumbrado hasta hoy. A la tía del furgón ese día le dije que no me iria de vuelta a la casa porque me iba a ir a buscar mi mamá.
Efectivamente estuve en la biblioteca después de clases. Me gustaba ir a la biblioteca a ver esos libros ilustrados donde salían caballeros de la edad media, gente con pelucas extrañas y banderas y escudos. Creo que las banderas de los países y las capitales siempre fueron mi obsesión de infancia, de hecho hasta el día de hoy son algo importante. Pero ya más grande, tomaría una apreciación más valorativa por la geografía y lo mapas. También me gustaba hojear libros de cosas que no entendía pero que me parecían interesantes. Había un libro de los animales donde salían cosas triviales y como era gigante nunca terminé de verlo por completo. La cosa es que justo esos días habían anunciado un temporal o algo asi, y la noche anterior había estado lloviendo. El día estaba algo nublado seguramente. Cuando salí del colegio y emprendí rumbo, pasé por la plaza y me compré uno de esos helados gigantes que vendían en una gelatería que ya no existe, y me fui tan feliz caminando después que poco me importó que comenzará a llover a cántaros. Caminé todo el trayecto a mi casa ese día, empapado completamente y aunque la lluvia se había vuelto intermitente, me di el lujo de entrar a un negocio a comprarme unos chocolates y seguir caminando bajo la lluvia. Cuando llegué a la casa mi mamá me miró con una cara extraña, pero retona. Me retó porque llegué estilando y porque nunca me vino a dejar el papá de mi compañero por haberme quedado haciendo el trabajo en grupo que nunca en la vida existió. Le dije que al final los demás se fueron, y la tía del furgón también, asi que tuve que tomar un colectivo y me mojé porque caminé un poco hasta la plaza. Ese día sentía que había hecho que nadie más se había atrevido, ni siquiera mi mamá ni mi papá. Es chistoso que me acuerde con tanto detalle de cosas asi de mi infancia, pero no puedo evitar sentir nostalgia por esos años en que la vida era algo tan simple. Cómo me gustaría quedarme dormido y mañana despertar teniendo ocho años.
 
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Monday, June 14, 2010
Ansiedad Mundialera
Al fondo de la sala una bandera gigante de Chile estuvo colgada durante todo un mes, porque no había que esperar a septiembre para sentirse chileno y no había que ser demasiado nacionalista como para apoyar a la selección de tu país en un mundial de fútbol. Más, es necesario tener en cuenta, que en tercero básico es difícil lograr dimensionar lo que significa un mundial, y que en contraposición a ello, un niño reacciona de forma genuina a ciertos fenómenos sociales a su alrededor. Y asi fue, todo estaba un poco revolucionado, incluso en aquellas pequeñas ciudades nortinas en donde el ritmo de vida permite a su gente hacer la pausa sin tener que preocuparse por cosas como la productividad y la eficiencia.
La profesora de ese curso estaba más expectante que todos sus alumnos juntos, uno bien participativo y bullicioso llevó un bombo mediano y fue instalado bajo la bandera, turnados para ir golpeándolo y arrimando esos ce-hache-i con otro de esos bulliciosos que apenas entendían las operaciones básicas de matemática, pero bien podía aprenderse hasta la fecha en que murió la abuelita de Pedro Reyes. Todo era risa y ansiedad, y Carcuro ese miércoles diecisiete de Junio ilusionaba a un país hablando de una buena actuación ante Italia hace menos de una semana. Ante esos reiterados gritos y el bombo que sonaba sin parar, la profesora les llamó la atención, y unos días después en el tercer partido de primera ronda le terminaría pasando la cuenta a uno de ellos con una anotación de cinco líneas por decir un garabato inmediatamente después de la palabra negro.
Ahí estaban los equipos comenzando a cantar sus himnos nacionales, y frente al televisor
la más ingenua solemnidad de unas pequeñas ratas que cantaban como si estuvieran en Saint Etiene.
En el tiempo previo, entre juntar el álbum y en cuadernos viejos anotar los grupos proponiendo las más variadas elucubraciones, se pensaba en Chile perdiendo en cuartos de final con Dinamarca como el final de esa historia, pero todos conocemos cómo fue que se dieron las cosas finalmente. Los noticieros de los días anterior al cotejo representaban a este como la oportunidad perfecta para vengar ese famoso penal de Caszely y lo del mundial del 82, más todo eso que hablaban los vecinos con sus tiernas poncheras y vago conocimiento estadístico de Chile en los mundiales. Lo que si todos tenían claro era que ese partido había que ganarlo si o si, para tratar de ir asegurando la clasificación a segunda ronda y ojalá no toparse a Brasil en ella.
En los momentos exactos al gol de Chile ya habían críticas infundadas contra el equipo, que de un segundo a otro pasaron al olvido, y se desató esa algarabía característica de la alegría instantánea que suele demostrar de la forma más gráfica posible y restringida, lo disímil de una sociedad acostumbrada a no ver demasiados resultados deportivos satisfactorios y que ante el primer indicio de éxito suele empaparse al máximo sin guardar la prudencia en cuanto a lo que puede venir. Cosas que hace más de una década era posible apreciarlos en una sala de clases con niños formando lo más esencial de sus aprendizajes, y que aún hoy, siguen siendo defectos de una generalidad, provocada ya sea por los medios de comunicación masiva, la opinión pública-privada y ese extraño germen incomprensible de confianza excesiva.
Ya con Chile ganando uno a cero al final del segundo tiempo, sólo esperaban que todo acabara lo más rápido posible moviendo los pies y extendiendo las manos. Todo era silencio, silencio la profesora, silencio el bombo, silencio el televisor, excepto una persona. Esa típica niñita en su tono burlesco, caprichoso y mimado comenzó a vociferar el empate de Austria como un hecho casi seguro e inevitable. Los demás divididos entre la mirada de reojo y la indiferencia, sólo se limitaban a no despegarse de la imagen en movimiento. Empecinada en esa idea compulsiva de tener que compartirla, de pronto ese nerviosismo, esos segundos que frente a un televisor se vuelven eternos, esa sensación de acabar una angustia para lograr respirar con tranquilidad se tradujeron en uno de los silencios más profundos y decepcionantes a la corta edad de aquellos que vivían esas cosas de forma intensa. Ese maldito gol de Vastic a los cuarenta y seis del segundo tiempo sólo venía a corroborar ese viejo cliché de ser un país salado deportivamente y en especial en el fútbol, e incluso para aquellos preferían darle connotación divina, una deuda del Dios para con un pueblo que de vez en cuando debía pagarla, y con ese deporte masivo y multitudinario. Otros simplemente hasta el día de hoy siguen pensando que todo fue culpa de las palabras de una mal intencionada niñita que no supo medir lo que decía.
 
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Thursday, May 06, 2010
Las Maquinitas
Basta con entrar en un almacén de barrio o darse una vuelta por las calles del centro de alguna ciudad chilena y resultará inevitable encontrarse con ellas. Cada una con sus distintas modalidades, algunas más azarosas que otras que implican más destreza, ubicadas donde convergen los lugares más típicos y cotidianos, se han transformado en una especie de objeto sagrado e imprescindible. Con el tiempo ha ido aumentado la gama de distintos ejemplares, asi como su cantidad y las personas que hacen de ella una necesidad, un vicio o simplemente un pasatiempo lúdico e incontrolable.
Tenemos a esa gente que las utiliza en lo que sobra de su horario de colación, aquellas que por inercia sólo atinan a entrar a estos lugares, jugar algunas monedas motivados por esa pequeña ambición de multiplicarlas y - en la mayoría de los casos - volver a jugarlas hasta salir con menos de lo que llegaron, pero probablemente con un poco de menos estrés y con una decepción insignificante que ignoran. Después tenemos al ya consagrado flaite, que puede que sólo se vista como tal, pero que nuestro prejuicio hace que no dejen de serlo. Infaltables a esta altura, junto a sus amigos suelen colocar la música del celular en altavoz molestando a otra gente desinteresadas en escucharlos cantar con pésima entonación, pronunciación y luego insultar a las máquinas por perder. Que sería de nosotros sin ellos, sobretodo cuando les da por hacer lo mismo en el metro, en la micro o cuando son de los de verdad y nos alegran los primeros diez minutos del noticiero.
Después tenemos a esos adolescentes y niños más decentes, en casas donde todavía les enseñan buenas cosas, pero que Yingo, Calle 7 y los grupos mal escritos de facebook los llevarán a su total perdición.Luego tenemos a los viejos buenos pa' la talla que comentan el fútbol, la última del SQP o LUN y le miran el trasero a cualquier cosa que pase por al lado caminando. Suelen quejarse de su mala suerte y en poner sus esperanzas en la próxima vez que vuelvan a jugar.
Pensándolo bien, es bueno que que hayan llegado estos artefactos a la vida de harta gente, más allá de la plata que se gasten, vienen a ser como los centros urbanos del Age Of Empires, el foro de los griegos y el callejón de los mafiosos. Pero bueno, llegamos a mi preferida, a ellas, las únicas, las fanáticas de Marco Antonio Solis, de las teleseries del almuerzo y del ahora nuevo culto cotidiano. Ella, la que los políticos oportunistas y economistas microcefálicos han denominado "Señora Juanita", para de la idiosincrasia del hogar chileno, una institución de los programas de gobierno, la destinataria del bono marzo y un montón de plata pero en pequeñas cantidades y generalmente a crédito. Las encuentro notables. Logran llamar en mayor parte mi atención, pues son las que más van a comprar a los almacénes por ejemplo y cada vez que van juegan aunque sean cien pesos. Al ganar logran una satisfacción que viene a llenar ese vacío que dejaron sus maridos en la cama o en el cariño, y juegan compulsivamente para tratar de ganar algo que no es dinero, que no es estimable en signos de ninguna índole. Ellas nunca pierden, ese tiempo las revive, sus pelos mal teñidos y sus edades se enaltecen en el instante en que caen las monedas y poco importa si al final de la vida perdieron seis veces lo que lograrán si quiera ganar hasta el día en que decidan no jugar más. Lo único realmente importante es eso, eso que ninguno de nosotros ni ellas comprenderán y que no obstante ha de ser tenido en cuenta, al menos para sólo lograr una mención.
 
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