quise cambiar el oro por algo de lo cual me sintiera estafado. Quise ser un buen hijo por sobre todas las cosas. Pero me encontré con una madre retadora, y no es que a mi madre le gusten demasiado los desafíos. Por eso mismo decidí abrir mi libro secreto del saber super secreto de la humanidad silenciosa y la cronología sin tiempo y llamé a los manicomnios más cercanos para internarme de manera urgente. Fue así como sin mayor problema ni obstáculo permisivo me ví enfrentado a una realidad algo escondida y fuera de los parámetros imaginados en un punto de mi conciencia fantasmagórica. Después de tomar desayuno y ver un poco del matinal en días festivaleros, me aventuré a mi desventura desvirtuada y algo sugestionada por los convencionalismos de una sociedad muy conservadora.
[ Debido a errores y secretos de autor esta parte del texto ha sido omitida y reemplazada por una foto].
Finalmente me mandaron a la recepción, con la excusa de que tenía un serio problema. Me dijeron que lo mejor sería que me fuera a mi casa y me dejara de pensar en cosas de las cuales tarde o temprano tendría que arrepentirme. Me dijeron que estaba LOCO!, ¿pueden creerlo?
¿qué acaso no es este el requisito para llegar a esta moderna y prestigiosa institución? - les pregunté. Me contestaron que dejará mi reclamo pertinente en las páginas sociales de algún periódico izquierdista.
Que quieren que les diga, me parece una inconsecuencia terrible.
Lo peor es que no sé qué pensar, esto de tener problemas existenciales a los diecisiete años es un ejercicio jocoso y un poco menos cotidiano que tirarse en benji en Beijing.
Y es que sin querer muchas veces el requisito para ser se vuelve la razón de no ser.
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