Basta con entrar en un almacén de barrio o darse una vuelta por las calles del centro de alguna ciudad chilena y resultará inevitable encontrarse con ellas. Cada una con sus distintas modalidades, algunas más azarosas que otras que implican más destreza, ubicadas donde convergen los lugares más típicos y cotidianos, se han transformado en una especie de objeto sagrado e imprescindible. Con el tiempo ha ido aumentado la gama de distintos ejemplares, asi como su cantidad y las personas que hacen de ella una necesidad, un vicio o simplemente un pasatiempo lúdico e incontrolable.
Tenemos a esa gente que las utiliza en lo que sobra de su horario de colación, aquellas que por inercia sólo atinan a entrar a estos lugares, jugar algunas monedas motivados por esa pequeña ambición de multiplicarlas y - en la mayoría de los casos - volver a jugarlas hasta salir con menos de lo que llegaron, pero probablemente con un poco de menos estrés y con una decepción insignificante que ignoran. Después tenemos al ya consagrado flaite, que puede que sólo se vista como tal, pero que nuestro prejuicio hace que no dejen de serlo. Infaltables a esta altura, junto a sus amigos suelen colocar la música del celular en altavoz molestando a otra gente desinteresadas en escucharlos cantar con pésima entonación, pronunciación y luego insultar a las máquinas por perder. Que sería de nosotros sin ellos, sobretodo cuando les da por hacer lo mismo en el metro, en la micro o cuando son de los de verdad y nos alegran los primeros diez minutos del noticiero.
Después tenemos a esos adolescentes y niños más decentes, en casas donde todavía les enseñan buenas cosas, pero que Yingo, Calle 7 y los grupos mal escritos de facebook los llevarán a su total perdición.Luego tenemos a los viejos buenos pa' la talla que comentan el fútbol, la última del SQP o LUN y le miran el trasero a cualquier cosa que pase por al lado caminando. Suelen quejarse de su mala suerte y en poner sus esperanzas en la próxima vez que vuelvan a jugar.
Pensándolo bien, es bueno que que hayan llegado estos artefactos a la vida de harta gente, más allá de la plata que se gasten, vienen a ser como los centros urbanos del Age Of Empires, el foro de los griegos y el callejón de los mafiosos. Pero bueno, llegamos a mi preferida, a ellas, las únicas, las fanáticas de Marco Antonio Solis, de las teleseries del almuerzo y del ahora nuevo culto cotidiano. Ella, la que los políticos oportunistas y economistas microcefálicos han denominado "Señora Juanita", para de la idiosincrasia del hogar chileno, una institución de los programas de gobierno, la destinataria del bono marzo y un montón de plata pero en pequeñas cantidades y generalmente a crédito. Las encuentro notables. Logran llamar en mayor parte mi atención, pues son las que más van a comprar a los almacénes por ejemplo y cada vez que van juegan aunque sean cien pesos. Al ganar logran una satisfacción que viene a llenar ese vacío que dejaron sus maridos en la cama o en el cariño, y juegan compulsivamente para tratar de ganar algo que no es dinero, que no es estimable en signos de ninguna índole. Ellas nunca pierden, ese tiempo las revive, sus pelos mal teñidos y sus edades se enaltecen en el instante en que caen las monedas y poco importa si al final de la vida perdieron seis veces lo que lograrán si quiera ganar hasta el día en que decidan no jugar más. Lo único realmente importante es eso, eso que ninguno de nosotros ni ellas comprenderán y que no obstante ha de ser tenido en cuenta, al menos para sólo lograr una mención.
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