Friday, September 03, 2010
lo que ronda 2
No hace tanto que comprendí que a veces no hay mucho que cuestionarse, sobretodo cuando resulta indiferente atribuirle culpa a algo o alguien; que el dolor provocado por esas cosas que antes trascendían de diferentes maneras, hoy y es seguro que mañana , se ha degradado producto de una revalorización de los momentos.
Fueron esos momentos tan simples junto a varias mujeres, complicadas y tan distantes entre si, los que al final han colmado hasta al cansancio a las horas muertas. Mi forma de enunciarlo es sólo reducir todos esos momentos para hablar de una sola, sin distinción, sin arquetipos, sin dudas ni rencor que valga un morlaco.
Así fue ese día en que le tomé la mano en el San Cristóbal, la noche que corrí con ella por Américo Vespucio cuando nos cerraban Escuela Militar y alcanzamos el último tren. Un atardecer en Valparaíso que no quería que se acabara, una tarde en la costanera de Providencia y su risa contagiosa. Domingo por la mañana con resaca comprando La Tercera de su brazo y su adiós prematuro. Un viaje de vuelta de Las Cruces en que me hizo cantarle al oído, abrazándola por todos esos días en que ya no lo haría. Esa tarde en que me leyó sus poemas frente al palacio Cousiño en una banca y su iniciativa la que me besó por primera vez en ese puente de comercial. Un caminar por la calzada sur de la Alameda a fines del verano aquél y sólo quedarme con su mirada antes que cambiara el semáforo a verde. Fue se beso que nunca le dí frente a la moneda y del cual estaré arrepentido para siempre. O ese abrazo sincero en el momento mejor calculado que me dio la última vez que la vi. Fue esa vez en que sólo le dije que la esperaría en Cal y Canto a las cinco y cuando casi me resignaba, se atrevió a llegar. También un día que la fui a dejar al terminar porque iba cargada de bolsos y nos besamos sin que hasta el día de hoy se hablara del tema. Una mañana en el cine vacío y su compañía afable, más nuestra complicidad exquisita. Esa madrugada que me despertó sólo para decirme que se había acordado de mi y que estaba ebria. Los dos días seguidos que nos fuimos por Santiago a hacer la cimarra y se consiguió un certificado para dar la prueba de historia después. Fue ese momento exacto en que dijo que se habría enamorado de mi, lo que siempre quise escuchar y el hecho de que ya fuera tarde que lo dijera. Un ataque de risa en un vagón de metro por algo que ni siquiera me molestaría en explicar detalladamente aquí. Fue ese día en que amanecí con su pena en mi hombro escuchándola varias horas seguidas y decirle que todo iba a estar bien. Ese trayecto de Concepción-Santiago en que releí sus cartas sólo para comprobar lo importante que ha sido, no obstante, todo. La noche que nos quedamos mirando las estrellas acostados en el capot de un auto tapándonos con una frazada. Fue ese lapso de tiempo inexplicable en que le contaba lo me quería contar, y el hecho de comprobar que hay alguien que también puede comprender perfectamente lo que espero.
Fue ese día que leí lo que me dejó escrito varios años después y enterarme que vio a ese capataz que cantaba y era asesinado por su patrón. Fue ese momento en que mi mentón se apoyaba en su hombro al saludarla y ambos reconociamos tácitamente cierta atracción. Fue ese día que salí de la sala haciéndome el enfermo sólo para llamarla y decirle que la quería. Una vez en una plaza que escribí un poema mientras escuchaba música mirando las nubes y no alcanzó a advertir que cada palabra hablaba sobre ella. Su cara cuando le obsequié rayuela y su expresión al leer mi breve dedicatoria. Cruzarnos todos los días de ese tiempo cuando mi tío me dejaba en La Concepción y caminar de mañana por Providencia hasta encontrarla, mirarla y un día hablarle sin siquiera saber su nombre para regalarle una flor. Esa noche en que nos emborrachamos junto a sus amigos cuicos que me hicieron recitar poesía. La tarde en ese lago en que lanzábamos piedras lo más lejos posible y cantábamos esa canción de La Ley. La promesa que hicimos caminando sobre ese viaje que haremos en un par de años. Esa tarde que le dije que cuando los años pasaran iba a escaparme con ella e inventar una gran mentira para la ocasión. Cuando me dijo que necesitaba verme y estábamos a dos cuadras de distancia y la tuve llorando cosas sin mucho sentido. El día que le dije a mi mamá que me quedaba donde un amigo y en realidad me quedé con ella en su casa viendo películas repetidas e hicimos panqueques. Ese cumpleaños en que me llamó sin que lo esperará y estallé de felicidad al darme cuenta que era ella. Esa tarde que corrimos de la mano a tomar la micro y se le cortó el audífono. O cuando se cayó en la escalera del mall y en vez de ayudarla a pararse me reí como diez minutos. (continua)
 
posted by Voknahelio at 9:22 PM | Permalink |


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