682 es una vista panorámica de un momento latitudinal de un momento en pleno siglo XXI. Es una vista panorámica enigmática de historias y más historias derivadas en cuentos y novelas que tienen su creación en el subterfugio de mis ideas vagas y mis inspiraciones más repentinas. El punto es que en una muestra media escandalosa de una inconexión bien paradigmática, son las cuatro de la tarde de un día domingo y en el banco de una plaza de Cochabamba en Bolivia, una boliviana lloraba por Stalin y al lado un multimillonario francés sacaba cuentas alegres con un negocio recientemente concretado. La boliviana lloraba por Stalin como si fuera un héroe de su patria o un familiar cercano en pleno funeral mientras lo sepultan. Y lloraba de tal manera que el francés en un intento loco por entender su pena la trata de animar y le cuenta la vida de Stalin como si se tratara de su propia vida. Ahora, ¿Por qué señalo esto? porque me ocurrió una situación muy parecida, pero lejos de esa ficción.
El jueves fui con mi papá a Tacna y nos terminamos quedando allá, porque no alcanzamos a comprar todo. En la mañana del viernes, después de habernos quedando conversando hasta tarde en el bar del hotel, tomamos rumbos distintos para aprovechar más el tiempo y quedamos en juntarnos en la plaza al frente del hotel. Como conozco a mi papá y sé lo que se demora, y que cuando me dice a las siete es a las ocho y media, me tomé el tiempo y recorrí la ciudad. Vi un desfile militar donde desfilaron chilenos, bolivianos y peruanos en la antesala de las fiesta patrias peruanas. Eran tres países que en un momento estuvieron en Guerra y que por cosas de la vida pude ver en un desfile conmemorativo y aparente. Seguí por la ciudad y después de comprar casi todo lo pendiente mi destino inminente fueron las: librerías! pero obvio.
Me terminé comprando el libro completo de las historias cortas de Sherlock Homes en inglés impreso en Cardiff en febrero de 1942, es decir, en plena segunda guerra mundial. Junto al Rodaballo nuevecito de Günter Grass y bakán bakán. Ya eran las una y se suponía que con mi papá nos íbamos a juntar a las doce y media. Sin embargo, lo tenía todo fríamente calculado y llegué primero que él. Me senté indiferente al horario en que llegara hojeando los libros cuando de pronto a mi lado se sentó una señora con una carta en la mano. Después de abrir la carta y mirarla detenidamente noté que no la estaba leyendo. Entonces la señora comenzó a llorar, un llanto silencioso y lleno de impotencia, la miré para ver si la podía ayudar. Le ofrecí un pañuelo desechable, coincidiendo con mi resfriado y me lo aceptó con una sonrisa en los ojos. ¿le puedo ayudar en algo? le dije y respondió un si muy tímido. ¿Por qué llora si no ha leído todavía la carta? - le pregunté- y su respuesta fue lo más conmovedor de todo. Es que no sé leer. Y me sentí un hijodeputa por la pregunta anterior, porque por un momento lo sospeché pero no lo creí completamente, entonces con un nudo en la garganta y de alguna manera sintiendo esa impotencia que tenía me ofrecí a leérsela. Su cara se le lleno de alegría y comencé a leer. La carta era de su hija que vive en Brasil, en Porto Alegre y le escribe dos veces al año. Una vez al año la viene a ver y el próximo año quiere llevársela a vivir con ella y su familia. Su esposo murió hace un poco más de dos meses y era quien le leía las cartas. Por eso se puso a llorar al abrir la carta, porque momentos antes se sentía muy bien y lo único que quería era saber cómo estaba su hija y si iba a venir pronto a verla. Y el hecho de sentarse y verse en la imposibilidad de leerla, le había acordado obligatoriamente la ausencia de su esposo. Le pregunté el porqué de que no supiera leer y me contestó que así era más feliz. Respuesta que me dejó pensando varios días y hasta hoy lo pienso. Era más feliz sin leer un mundo tan jodido como en el que vivimos y le encontré toda la razón. Nos quedamos conversando como media hora y mi papá fiel a su costumbre no llegaba. Me acuerdo de toda la carta, y es entonces cuando me siento orgulloso de mi capacidad de memoria que me da la oportunidad de acordarme de cosas tan bonitas. Se despidió de mí muy agradecida y emocionada. Me dio bendiciones y dijo algo que me dejó pasmado, atónito, estupefacto, pa' dentro: usted va a ser importante sabe, le veo un gran futuro y tiene que luchar harto por todas esas cosas que quiere. Nunca renuncie a sus sueños, nunca es tarde. Muchas gracias jovencito. Y en ese momento comprendí que el no saber leer, que los grandes eruditos del mundo, que el más enciclopédico de los enciclopédicos, que los instruidos del conocimiento global, que los lectores voraces, que las grandes bibliotecas y que todo lo que nos rodea y nos habla de una realidad, en la cual, los seres humanos hemos aceptado vivir: no significan nada. No son nada comparadas a las palabras naturales, de una existencia quizás tan intrascendente para un universo limitado, pero tan verdadero para el más libre de los universos. El de lo verdadero, al que pocas personas han podido llegar. Me sentí agradecido de estar ahí, despidiéndome de la señora y viéndola alejarse a lo lejos con su bolsa llena de mercadería y felicidad. Como a los diez minutos llegó mi papá y le conté lo que había pasado. No entendio bien pero igualmente se sorprendió. Terminé recitando César Vallejo mientras almorzábamos en el mercado antes de volver a Arica.
Vengo a verte pasar todos los días,
vaporcito encantado siempre lejos...
Tus ojos son dos rubios capitanes;
tu labio es un brevísimo pañuelo
rojo que ondea en un adiós de sangre!
Vengo a verte pasar; hasta que un día,
embriagada de tiempo y de crueldad,
vaporcito encantado siempre lejos,
la estrella de la tarde partirá!
Las jarcias; vientos que traicionan; vientos
de mujer que pasó!
Tus fríos capitanes darán orden;
y quien habrá partido seré yo...
Mi papá decía que mejor recitara a Neruda o a Parra.
O por último que guardara silencio.
Y le decía que entonces recitaría a Borges
y después a Huidobro. Para finalmente volver a Vallejo
y morir en París un día jueves de otoño
mientras en Sudamérica se quebrantaran las fronteras.
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Sio ya se dijo!