Cuando comenzaron los monopolios y las medidas proteccionistas del húsar de Budapest, aquel mítico soldado de caballería quedó vagando sin cuerpo por las calles de la ciudad y a su alma le dieron un ultimatúm. Tenía que escribir setenta y dos palabras con equis en netherlands y dar siete vueltas a una manzana ya rodeada por varios gusanos. El valiente húsar lleno de despropósitos y contradicciones, dejó su moral en el suelo y recolectó firmas de los árboles frutales. Lo que según Doña Bonifacia era de mala educación, pues andar dejando firmas botadas por ahí para que la gente las anduviera recogiendo era algo similar a no tomar cerveza cuando se iba de paseo a Alemania. Por lo mismo después de tomar cerveza y recolectar firmas acudió a una curandera (la señora Pompeya) y le pidio que por favor le ayudara a curar las penas de su alma. Después de reirse en su cara, la señora Pomeya de forma promiscua le dijo que no se preocupara por las penas del alma. La razón eventual radicaba en que se podía vivir sin amor. Desobedeciendo al ultimatúm emigró a un país tropical de un planeta más ilustrado, se dedicó a la venta nocturna de poesía en masetero y de su vida diurna escribió un worst-sellers e instauró un sistema de vida rudimentario y lleno de felicidad. Creo que le llamaron positivismo en honor al polo opuesto. De un extracto de páginas desordenadas, las palabras en diagonal de forma sublime decían que iba a llegar un día en que la intemperie de todo se iba a manifestar de forma consecutiva. Cinco años después en aquel planeta les dio por hacer su propia revolución y tomar el té al atardecer con el dedo meñique en Altazor.
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