Fueron cinco disparos a quemarropa sin detergente. La primera se alojó en la cavidad torácica, la segunda en el brazo derecho, la tercera cerca del corazón, la cuarta en el estómago y la quinta en un hotel de cinco millones estrellas más allá de nuestra - como si alguna vez haya sido mia o de ustedes- galaxia. El altoparlante nos advirtió del tsunami e insistimos en que las huellas dejadas en la arena eran perpetuas. El botón de power se había autoexiliado y no quedaba más posibilidad que pararse del sillón para que la tipa del tiempo parara de decir que hacía frío en todo el santo y sacramentado planeta, y que en unas horas más llovería a cántaros de greda, a cánticos de estadio y a precio descontado. En la mano, un ocho de tréboles tristes y secos con la segura melancolía de un suceso inesperado y parrasocrático. Probablemente la televisión nos habría educado mejor, no obstante, para nosotros era más fácil vivir de las convicciones. De las mismas convicciones que nos hicieron disfrutar tantas dosis de éxtasis a la hora en que se mezclan el atardecer con el regazo de la palabra. Qué más daba a esas alturas estar en el rascacielos más alto del mundo si los ángeles ya se habían escapado en una nave espacial de azúcar para diabéticos. Que más daba tener el mejor jazz de fondo si eramos tan sordos como el ozono cuando celebra la navidad. Que más daba saberse las tabla del veintidós si jamás multiplicábamos por cuarenta y dos Que más daba tener todo el oro del mundo si a esas alturas era imposible comprar algo; pues no existían las alfombras voladoras ni los volantines volátiles de alto vuelo. Era mejor desistir y ser inconsecuente con mucho orgullo, ser inconsecuente aferrado a la única verdad posible. ¿Cuál era la única verdad posible? Una suerte de esperar al tal Godot, un destino seleccionado por curriculum vitae, la certeza de saber cuánto costaban doscientos gramos de pasta de zapatos en el bazar de al lado de la alcaldía de Panamaribo o quizás sólo dejar que el tiempo se encargara de llevarse absolutamente la mayoría de nuestras- mias y de todos ustedes- paradojas de épocas fluviales sin invierno ni verano primaveratizado.
Escribir los últimos versos con cenizas de cigarro sobre la mesa de centro y tirar los dados para sacar doce veces doce y por ende ciento cuarenta y cuatro cuadrados de horizontes idealizados en tu apellido. Habría preferido verte a través de un telescopio formando constelaciones con tus dedos perfectos que verte el día del aeropuerto. Dormir siesta la tarde en que soñaba con poder despertar entre tus insectarios de obras abstractas o vivir del óleo en que tus telas se posaban sobre la galería violeta de tus entrañas.
Y entonces vamos asi en la vida con los restos del corazón y no queremos que se nos note que nos falta un poquitito de amor (8)
La media volaita loco, ¿De dónde sacaste la hierba?
De farmacias Knop, las machis la usaban para construir desiertos floridos y los chamanes para
aprender hablar en Esperanto antes que lo inventaran.
La risa célebre está en las celebraciones y agravíos de las grabaciones que tus recuerdos de mariposa contemporánea y pasajera desprendieron. Hazme caso te digo, riete en mandarín.
Los niñitos en China, que con suerte saben que Chile existe, pese a que en los desfile de las olimpiadas las delegaciones están cerquitas tienen que estudiar como siete u ocho años para recién comprender su idioma. Lo mismo o incluso más hay que estudiar para comprender al mejor de los sentidos y al más saludable de los vicios. El humor, sin erre que lanzas mientras fumas me da ganas de toser y escribirle una carta a Santa Clos de Pirque. El casillero, el que está más allí dos hacia la derecha del mio, ése, justo ése. El Casillero del diablo, cabernet sauvignon.
La sexta bala fue disparada y hasta ahí no más llegamos. El cielo tuvo tanta comezón que el rascacielos se desplomó y entre los escombros encontraron tus pinturas rupestres y mis jeroglíficos analfabetos.
Labels: La Ley