Las cuerdas desafinadas sonaban con más afición que la semana pasada. Muchos más acordes habían sido acordados desde la última vez que nos vimos. Su superficialidad repetía la característica esencial sobre un tiempo que lentamente la olvidó sin querer.
Su actitud era sombría de por sí, y sus lágrimas aun seguían siendo la mayor evidencia del dolor que contenían sus ojos. De pronto me dí cuenta que le faltaba la tercera cuerda, pero pese a eso de a poco comenzaba a sonar mejor. Me sentía culpable, pues era el único que le podría haber advertido todo lo malo que se le venía. Solía quejarse de los problemas sin siquiera intentar buscarle solución y más encima cuando trataba de decirle algo o criticarla constructivamente, me esquivaba la mirada y utilizaba su expresión infantil. Si a todo eso le sumamos las calles, los árboles y las hojas que utilizabamos para construirle casitas a los pajaritos, todo se hace diminutivo a la hora de las conversar elocuentemente. El resultado siempre es cero después de una bisectriz en el corazón. La métrica se nos hacía poca, y el sólo hecho de intentar componer esas canciones ya cantadas sin voz ni palabras, nos mandaba a las lejanías de esos paisajes que soñabamos juntos de vez en cuento. Pasaron hermosos días de melodías y sabiduría incrementada al azar. Me enseñó a escribir letras sobre la luna sin subirme a una nave ni a un microondas. En ocasiones sentí que me querías decir algo pero no te atrevías por miedo. Sí, por ese horrible miedo que se volvía absurdo. Por ese descontrol que se iba a producir en las hipótesis. Quizás por ese futuro que dependiendo de los número de un cartón viejo con letras brillantes nos depararía estabilidad y firmeza. Nos sentiamos ministros de educación en un país de analfabetos. Queriamos privatizar hasta el aire y nos tildaban de fachos y defensores del capitalismo del alma. Cruzabamos llanuras de la mano bajo una lluvia incipiente y un mundo en el horizonte que se traslucía entre las nubes. Nos encantaba cambiar el idioma aunque ello significara entender poco de lo poco que ya entendiamos el uno del otro.
¿Qué por qué escribo todo eso? quizás las respuestas ya están preguntadas, talvez cuando las aves vuelan y se disocian entre la libertad y el libertinaje entienden lo esencial de tu mirada. Si decides volver a los mismos lugares, preocupate que no sea yo quien te haga volver. Si decides que construirás tu hogar en medio del océano, ojalá no seamos vecinos. El olvido es el primer paso según un montón de hueones que se atrevieron a hablar de amor al igual que mi egocentrismo. Pero ya no Argentina, hace tiempo que yo ya te olvide.
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